Ya no soportaba más el aburrimiento. Estaba a punto de escaparme, como lo hiciera aquel colega del Acuario Nacional de Nueva Zelanda. Pero entonces llegó; la encarnación misma de Diana La Cazadora, la diosa de los bosques: atlética, de piel bronceada, y cabellos color rayo de sol.
Eva hacía su doctorado en Biología Marina, con un estudio
sobre la inteligencia de los cefalópodos. Al principio la interacción con ella
fue casi nula, limitándose ella a nadar a mi alrededor en el estanque,
observándome con detenimiento todo el tiempo. Luego pasamos a ejercicios de
comunicación con lenguaje a señas, y de allí a jugar ajedrez, el que yo ya
había aprendido mirando a mi cuidador jugarlo.
Lo del tango fue amor a primera vista, o a primera escucha,
hablando con propiedad. Tanto así que, aquel día cuando Eva se metió al
estanque mientras sonaba música de Piazzola, no me pude contener, y dejando
todas las formas, me acerqué a ella, coloqué dos de mis brazos en sus hombros,
otros dos en sus caderas, y empecé a bailar.
Dicen que los pulpos no tenemos ritmo. No estoy de acuerdo.
Y bueno, ahora Eva y yo también bailamos chachachá.
02/04/2023
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