No estaba muy seguro pero ella me convenció. Así que llamé al número de teléfono que me facilitó y agendé la cita. La señorita al otro lado de la línea me dio una lista de indicaciones a tener en cuenta para el antes y el después, tan larga como la lista del supermercado que las señoras dan a sus esposos.
¿Que por qué quería hacer esto? Pues pensaba que tal vez, hurgando en mi inconsciente, podía destrabar aquello que me producía el miedo a volar.
Luego del sahumerio preparatorio de rigor, ingerí los hongos atropelladamente. De allí en adelante empezó una experiencia como nunca antes había tenido. Recorrí la Vía Láctea en un chasquido de dedos, pasando unos cuantos ovnis en el camino. Ya de regreso a esta más agreste realidad, me pude ver desde fuera de mí, percatándome de cuánto había avanzado la calvicie en la coronilla en los últimos años.
Después de este primer guiño con la realidad alterada, una voz que se identificó como la terapeuta me guió en un proceso de regresión, afortunadamente solo de esta vida, asunto en el que avancé hasta estar a dos palmos de volver a la matriz.
Todo hubiese terminado sin mayor problema, a no ser porque el proceso de regresión activó otras fobias, a saber hasta este momento, miedo a los espacios abiertos, miedo a los espacios cerrados, miedo a las arañas, y finalmente, turofobia, que no es otra cosa que fobia al queso, y en mi caso particular, al que tiene muchos huequitos.
Dicen por allí que todo lo que nos pasa tiene una razón de ser. No se si sea verdad. El caso es que una vez curado mi miedo irracional a volar, pero con tres nuevas fobias a cuestas, el próximo lunes vuelvo a terapia con el Dr. Abravanel.
28/04/2023